A lo que podemos añadir las técnicas de manipulación genética y los cultivos a base de semillas transgénicas con sus consecuencias para la salud que aún no están demasiado claras y los intereses económicos que conllevan los cultivos a gran escala.
¿A qué precio estamos pagando la producción masiva, el abaratamiento de los insumos externos, la mecanización de los cultivos y la mano de obra barata? Es cierto que la demanda de la población requiere un aumento de la producción, pero tampoco estos métodos aseguran los recursos a la totalidad de la población del planeta.
Ciertamente, los estudios científicos sobre la superioridad nutricional de los alimentos orgánicos están aún en pañales, tarea pendiente y urgente de los gobiernos y organizaciones para la salud, pero en cualquier caso, ¿no es motivo suficiente tener la seguridad de que aquéllo que comemos nosotros y nuestros hijos no está al menos contaminado con productos químicos como pesticidas, herbicidas o abonos sintéticos?
Por suerte, parece ser que para una mayoría creciente de la población sí que lo es.
Valores como el consumo consciente y responsable, sólo pueden afianzarse desde la educación temprana y el amor y el respeto al planeta que nos sustenta.